Anastasia Lechtchenko Masney de 19 años confesó haber asesinado a su madre y
hermana en un vecindario de Tijuana, por que le hacían brujería. Anastasia nació
en San Luis Potosi, México en 1996 y la mayor parte de su vida la vivió en
Tijuana, Baja California.
Hija de dos
inmigrantes ucranianos: Igor Lechtchenko, un entrenador de gimnastas y Yuliya
Masney Safonchik, una maestra de primaria y ex-bailarina y acróbata profesional
nacida en 1970. Yuliya e Igor se enamoraron cuando trabajaban en el tradicional
Circo Ruso. En 1995, los acróbatas ucranianos decidieron que era momento de
dejar la vida circense y establecerse. Escogieron San Luis Potosí. Ambos se
nacionalizaron mexicanos años después.
Anastasia se
decidió; se preparó mentalmente para lo que iba a realizar. Tomó un cuchillo de
cocina y acechó a su madre. En un descuido, la atacó. Yuliya estaba sentada en
un sillón y allí la ultimó. "Creo que mi mamá ya sabía que la iba a matar
y no opuso resistencia". Después caminó hasta el cuarto de su hermana
Valeria. Con la niña no tuvo mayor problema: se paró al borde de la cama y
levantó su pequeño cuerpo para ahorcarla con la misma soga que a su madre.
"La voz de un hombre me decía que acabara con ellas". Debido a su
discapacidad, Valeria no pudo gritar. ''Tardé un poquito menos, veinte minutos.
Pero su cuerpo seguía calientito". Luego se fue porque había leído en
Internet que para desmembrar un cuerpo tenía que esperar a que se enfriara.
Hora y media después regresó.
El único que
escuchó los gritos de Yuliya fue un sastre que vivía justamente atrás de la
casa de las Lechtchenko. Desde las 21:00 horas se escucharon lamentos, gritos,
pero no llamó a la policía porque últimamente los gritos eran constantes y,
además, hablaban en ruso. "No entendí nada", dijo. Su inacción le
costó la vida a las víctimas. En su confesión, explicaría que el asesinato fue
en defensa propia: desde hace días sentía piquetes en la espalda y pulsaciones
en el cuerpo que no la dejaban dormir. "Tenía tiempo que mi mamá se
dedicaba a la brujería, y mi hermana era una muñeca, su aliada, su títere. Y
para que no continúen esos trabajos también hay que matarla. Para matar a una
bruja, a ese espíritu maligno, hay que cortarle partes inferiores" y se
aseguró de que su hermana también muriera, para terminar con ese encanto
negativo.
A ambos cadáveres
les extrajo el corazón y a Valeria le sacó los ojos, arrojándolos por el
inodoro. A su hermana además la decapitó. "El cuello, la piel de atrás del
cuello, estaba calientita y eso que ya no tenía la cabeza", diría después.
Primero intentó sacarle los ojos con una cuchara, pero como no pudo, fue por un
cuchillo a la cocina. Luego descuartizó los cuerpos, poniendo los pedazos en
bolsas negras para basura. Sabía perfectamente dónde cortar. Tomó tres
cuchillos con diferentes grosores y filos. Los encajó hasta el fondo de la
axila y en la unión de la pelvis con las piernas. Con Yuliya tardó cuatro
horas, relativamente poco tiempo porque era muy delgada. Con Valeria tardó tres
horas.
Al terminar de
desmembrar los cuerpos, notó que las paredes y los muebles estaban salpicados.
Aunque lo había hecho con precaución, era imposible que no quedara en el piso
un charco de sangre. En el fregadero de la cocina seguían las cabezas que había
degollado seis horas antes. "Tuve que cortarles las extremidades para que
ya no viajaran los espíritus. Y a la títere, la muñeca; había que sacarle los
ojos"
A las 23:00 horas
salió a una farmacia cercana a comprar bolsas negras para basura. Se sentía muy
tranquila. Eligió una pequeña caja con diez bolsas de 70 por 90 centímetros que
le pareció la más práctica. "Traía puras monedas; las bolsas costaban
$24.90, pero la muchachita no completaba, así que se fue corriendo", diría
la empleada de mostrador que le cobró aquella noche a la adolescente. Regresó
rápido a su casa. Las líneas de expresión de su rostro estaban descompuestas;
le punzaba el ojo izquierdo. Metió los cuerpos desmembrados en tres bolsas
negras y después se fumó un cigarro.
El viernes 26 de
junio del 2015 se le dicto auto de formal prisión y le espera una condena de
hasta 80 años por sus crímenes.
Anastasia
Lechtchenko seguirá presa en la penitenciaría de La Mesa en la ciudad
fronteriza de Tijuana en México, donde le espera una condena de hasta 80 años,
luego de que el Juzgado Quinto Penal ratificó el auto de formal prisión por el
homicidio agravado por parentesco.
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