Tomado de Escrito con Sangre
“Nuestra diosa necesitaba beber sangre para mantenerse eternamente joven”.
Un miembro de la secta
Magdalena
Solís nació en la década de 1930 en Ciudad Victoria, Tamaulipas
(México). Provenía de una familia de escasos recursos y, muy
probablemente, disfuncional. Aparentemente, comenzó a ejercer el oficio
de la prostitución a temprana edad; oficio en el que laboraría hasta su
unión, junto con su hermano Eleazar Solís (quien también fungía como su
proxeneta), a la secta de los hermanos Santos y Cayetano Hernández, en
1963. Eran dos embaucadores que fundaron una extraña agrupación. Fingían
ser dioses, por lo que su grupo pedía el dinero de sus fieles y exigían
tener sexo con sus seguidoras. A principios de 1963, los hermanos
Hernández convencieron a los pobladores de la remota aldea de Yerbabuena
de que los dioses incas que supuestamente habitaban en una montaña
cercana, estaban dispuestos a darles fabulosas riquezas a cambio de su
lealtad inquebrantable y sus favores sexuales. Los crédulos campesinos
ni siquiera se daban cuenta de que los incas eran de origen peruano y no
mexicano
A finales de 1962 y principios de 1963, los hermanos Santos y Cayetano
Hernández, un par de delincuentes de poca monta, idearon una estafa, que
ellos creyeron era brillante y sería la solución a todos sus problemas
monetarios. Llegaron al pequeño pueblo de Yerba Buena, una comunidad
marginada del estado de Tamaulipas, al norte de México, con un poco más
de cincuenta habitantes, todos ellos sumidos en la pobreza extrema y en
su mayoría analfabetas. Una vez allí, se autoproclamaron profetas y
sumos sacerdotes de los “poderosos y exiliados dioses incas”.
Les dijeron a los indios que los dioses Incas, a cambio de adoración y
tributos, les otorgarían tesoros escondidos en las cuevas de las
montañas aledañas al poblado; y que pronto vendrían a reclamar la
potestad sobre su antiguo reino, y castigarían a los incrédulos. Los
Hernández, por completo ignorantes de la mitología inca de Perú,
convencieron a muchos de los habitantes de Yerba Buena quienes, presos
de la ignorancia y la miseria, creyeron en tal absurdo. Así fundaron una
secta relativamente nutrida; exigieron a los adeptos tributos
económicos y sexuales, tanto a mujeres como a hombres.
Los Hernández pasaron de ser unos simples ladronzuelos a estafadores y
esclavistas sexuales; organizaban orgías durante las cuales usaban
diversos narcóticos. Los aldeanos limpiaron las cuevas de la ladera para
usarlas como los templos de los elaborados rituales de los hermanos.
Los hombres y mujeres del pueblo se convirtieron en juguetes sexuales de
los hermanos, con la esperanza de atraer buena fortuna a la aldea.
Desesperados por mejorar su situación, los aldeanos entregaron todo su
dinero y pertenencias personales. Se les prometió que aparecería un
“tesoro místico” oculto en las cavernas de la montaña.
El culto funcionó sin problemas durante un tiempo. Pero después de tres
meses de sacrificios sexuales, ninguno de los dioses hizo una aparición o
envió mensajes, y no hubo ningún cambio discernible en la calidad de
vida o el trabajo. Los creyentes comenzaron a impacientarse al no
cumplirse las promesas divinas. Entonces, los líderes de la secta
idearon un plan: decidieron llevar a los dioses a la gente. Para ello,
fueron a Ciudad Victoria en busca de prostitutas que quisieran formar
parte de la farsa. Ahí contactaron a Magdalena Solís y a su hermano
Eleazar, quienes accedieron.
Durante un ritual, presentaron a Magdalena Solís como la reencarnación
de una diosa inca, con ayuda de un truco de magia barato: una cortina de
humo. Ella se mostró desnuda ante todos, lo que despertó la excitación y
los arrebatos místicos de los pobladores. Pero no contaban con que
Magdalena se creería su papel. Tras su ingreso al grupo, Magdalena
desarrolló una grave psicosis teológica: era una fanática religiosa,
sufría de delirios y mostraba una marcada disfunción sexual, que se
expresaba en su necesidad patológica por consumir sangre. También
practicó el incesto, el fetichismo y la pederastia. Con estas
características, poco después de entrar a la secta, Magdalena tomó el
mando. Para ese entonces, dos adeptos, hartos de los abusos sexuales,
quisieron abandonar la secta. Los demás creyentes, presas del miedo, los
acusaron ante los sumos sacerdotes. La condena de Solís fue clara: pena
de muerte para los herejes. Los dos infortunados fueron linchados por
los aterrados adeptos. Otros disidentes fueron nombrados "Los
Incrédulos" y señalados como el blanco de sacrificios humanos. Durante
un período de seis semanas, ocho campesinos fueron golpeados hasta la
muerte durante ceremonias rituales. El sacrificado era brutalmente
golpeado, quemado, cortado y mutilado por todos los miembros del culto.
Posteriormente era desangrado hasta morir. El ritual también incluía el
uso de narcóticos como marihuana y peyote. Para complacer a los dioses
sedientos de sangre, la gente de Yerbabuena bebía la sangre de sus
amigos y vecinos en copas ceremoniales.
Ahora utilizaban elementos extraídos de la mitología mexica: “La
sangre era el único alimento digno para los dioses, a través de ella
preservaba su inmortalidad nuestra diosa. Necesitaba beber sangre para
mantenerse eternamente joven”, diría uno de sus seguidores. Para ese
momento, Magdalena Solís afirmaba ser la reencarnación de la diosa
mexica Coatlicue. Las siguientes seis víctimas fueron sacrificadas en
rituales más organizados, ideados por los hermanos para tener el efecto
máximo. El punto culminante del rito era cuando todos bebían la sangre
de sus víctimas, mezclada con sangre de pollo.
Un ritual fue presenciado por un forastero que se encontró con la
escena. El estudiante Sebastián Guerrero, de catorce años, atraído por
las luces y los ruidos que salían de una de las cuevas, entró a
investigar; se encontró con un terrible espectáculo: en silencio observó
la atroz muerte que sufría una de las víctimas. Salió huyendo y caminó
varios kilómetros hasta la ciudad más cercana, para ir a la estación de
policía local. Los agentes se rieron cuando les dijo que había visto a
un grupo de vampiros bebiendo sangre humana en una caverna, pero
insistió tanto que lo enviaron de regreso a la comunidad acompañado de
un oficial, Luis Martínez, para corroborar la historia. Ninguno de los
dos volvió.
Varios días después, la policía y los soldados de Ciudad Victoria,
capital del estado de Tamaulipas, fueron enviados a investigar el sitio.
El 31 de mayo de 1963 encontraron los cadáveres descuartizados del
oficial Luis Martínez y de Sebastián Guerrero, así como evidencia
macabra de otros asesinatos. A Martínez le habían arrancado el corazón.
Magdalena y Eleazar fueron encontrados en una casa cercana, llena de
marihuana. Se desencadenó un tiroteo con la policía y el ejército, en el
cual murió Santos Hernández.
Magdalena Solís y doce de sus seguidores fueron llevados a juicio a
partir del 13 de junio de 1963. Cada uno de ellos recibió una pena de
prisión de treinta años. Su condición de analfabetismo y pauperismo
sirvieron de atenuantes. No fue hasta años después que algunos ex
miembros de la secta hablaron de los horrores del culto. En honor de
esta asesina, una banda de rock belga que tomó su nombre: "Magdalena
Solís".
*Esta historia la pueden encontrar en el libro de donde saque el nombre del blog y que tengo en formato físico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario