Gabriela Vásquez, de 21 años, asesinó a su padre a puñaladas “para liberarlo del demonio” e intentó hacer lo mismo con su hermana de 29, quien también participaba del exorcismo. El sangriento episodio, ocurrido en una casa de Villa Urquiza, parece escapado de un film de terror.
La escena que los policías presenciaron cerca del mediodía del lunes 27 de marzo de 2000 en la vivienda de Manuela Pedraza 5873, casi esquina Ceretti, fue tan o más escalofriante que cualquiera de las que puede verse en El exorcista (1973), la película de William Friedkin basada en el best-seller de William Peter Blatty.
Luego de concurrir al lugar ante una denuncia de los vecinos por ruidos molestos y alertados por los alaridos provenientes del interior, los agentes de la Comisaría 49ª rompieron el cristal esmerilado de la puerta de entrada y fueron testigos del momento exacto en que el dueño de casa era apuñalado repetidamente en la cara por su hija menor.
Cuando por fin pudieron derribar la puerta e ingresar se encontraron con un cuadro espantoso: el cuerpo sin vida de Juan Carlos Vásquez (50) yacía en el living sobre un charco de sangre tras haber recibido más de cien tajos en todo su cuerpo. A su lado estaban sus hijas Gabriela (29), muy herida, y Silvina (21), quien aún tenía en su mano el cuchillo Tramontina que había utilizado para consumar su propósito y con el que también pretendía matar a su hermana. Las chicas, que al igual que el padre estaban desnudas y bañadas en sangre, se hallaban en estado de trance y con la mirada extraviada.
“¿Qué quieren? Esto no es real, váyanse”, les gritó Silvina a los policías con voz ronca, casi de hombre. “El diablo estaba en papá. Mamita, mamita [la madre había fallecido años antes], ahora papito se va a volver bueno”, continuó profiriendo. La joven tenía tanta fuerza que hizo falta toda la brigada para controlarla.
Uno de los uniformados dijo que al cuerpo le habían sacado los ojos y que había signos de canibalismo, de hecho vieron a las dos hermanas escupir pedazos de la cara que le habían arrancado al padre a mordiscones. La víctima tenía además cortes esotéricos sobre su torso, consistentes un círculo que encerraba un triángulo.
Ese signo de purificación le fue realizado mientras estaba con vida, es decir que Juan Carlos Vásquez lo consintió. Silvina lo agredió mientras estaba de pie y así lo muestran los rastros de sangre emanada hacia abajo. La autopsia reveló que las cuchilladas más violentas fueron hacia su cabeza y cuello y que la mayoría de ellas eran en forma de cruz.
Las heridas que le provocaron la muerte fueron especialmente las producidas en el cuello y la cara: Silvina decía que por allí se había “metido el muñeco”. La creencia de que Satanás entra por la cara la habría llevado a tajear más tarde el rostro de su hermana. Otro de los policías señaló que había sangre por todos lados, hasta en el techo, y que escuchó hablar a un hombre (se refería a la voz gutural de Silvina), aunque la única persona de sexo masculino yacía inerte en el piso.
Las hermanas fueron detenidas e internadas en el Hospital Pirovano, a donde ingresaron con convulsiones. Gabriela dio un nombre falso y dijo que tenía 45 años, mientras Silvina pronunciaba frases incomprensibles en un acento que algunos interpretaron como portugués.
Las sospechas de una relación incestuosa son ratificadas por numerosos testimonios de vecinos. Esta hipótesis adquiere fuerza debido a que en el pene de Vásquez fueron hallados restos de semen. Los forenses dijeron que podía ser causado por el proceso de la muerte o por una relación sexual no acreditada.
“Suponiendo que Vásquez haya abusado sexualmente de Gabriela, Silvina no podía aceptar a su padre como el responsable de tal acto: todo era culpa del Diablo, que se había posesionado de él para luego invadir el cuerpo de su hermana -afirma la psicóloga Isabel Monzón-.
Con su delirio, la joven podría estar hablando de un diabólico padre que cometía abuso incestuoso contra Gabriela y, tal vez, también contra ella misma”