Por supuesto, no tenían escrúpulos. Pero tampoco objetivos. Ni armas. Ni ritual. Mataban porque sí. Sobre la marcha y sin premeditación, aunque con mucha alevosía. Elegían mujeres al azar, abusaban de ellas y, posteriormente, las asesinaban con lo primero que encontraban a mano. La ola homicida duró 53 largos días. Únicamente su arresto pudo poner fin a tanta locura.
El abogado defensor de Coleman adujo problemas mentales, pero el jurado no tuvo clemencia. Es más, el reo recibió tres sentencias de muerte, una en cada estado donde había matado: Indiana, Ohio e Illinois. Para que no pudiera haber ninguna duda. La condena se ejecutó el 26 de abril de 2002, cuando el asesino tenía 46 años. Debra Brown miró hacia otra parte. Insistía en que Alton la había obligado a cometer los crímenes. Pero sus argumentos tampoco cayeron en gracia. Lo último que se supo de ella es que esperaba su turno en el corredor de la muerte en una cárcel en Indiana.
La prensa habló de odio a su propia raza ya que todas las víctimas eran afroamericanas, pero ambos alegaron que no.
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