La estranguladora de niños de París
Jeanne Weber creció en la costa de Francia, pero viajó a París, una Ciudad Luz que en 1899 tenía tantas sombras como era de esperar en una metrópoli europea de fin de siglo, en busca de fortuna e intentando progresar socialmente. Al poco de llegar, contrajo matrimonio con Marcel Weber, del que tomó el apellido, y en poco tiempo, era madre, en apariencia feliz, de tres niños de aspecto sano y rollizo. Pocos años después de entrar en el siglo XX, la primera desgracia golpeó a la familia Weber. Sus dos hijos menores murieron. Al parecer, la terrible epidemia de bronquitis que asolaba Francia sesgó la vida de los dos pequeños. Sólo unas pequeñas manchas rojas en sus frágiles cuellos señalaban una muerte trágica.
La serenidad que transmitía Jeanne, unida a la tristeza que se sembró en su vida, hizo que varias vecinas se apiadaran de ella y le ofrecieran cuidar de sus niños, mientras ellas acudían a la dura labor en las fábricas. Inexplicablemente, dos de esos niños amanecieron muertos sendas mañanas, a causa de una extraña infección pulmonar que los médicos no eran capaces de determinar.
En sus cuellos, nuevamente, aparecían unas débiles marcas rojas. Por el momento, el nombre de Jeanne estaba fuera de toda sospecha. Incluso sus cuñados apoyaron a la joven, y le ofrecieron cuidar a su pequeña Georgette, de dieciocho meses de edad. El 2 de marzo de 1905 se escribió otra tragedia alrededor de la figura de la niñera. La adorable Georgetta apareció muerta. Las marcas rojas determinaban, a ojos de un experto, la similitud entre todas las muertes ocurridas. Sin embargo, los llantos de la niñera acompañaban a los de los padres, y nadie sospechó que ella pudiera haber hecho algo para causar tales desgracias. Jeanne continuó trabajando como niñera, cuidando a Suzzane, una niña de tres años. No hace falta entrar en detalles. Seguro que el avezado lector ya supone el final de esta nueva aventura laboral.
En esta ocasión, los rumores comenzaron a circular por Montmartre, lugar de residencia de la mujer. Casi todo el mundo relacionaba a Jeanne con las tragedias, pero las circunstáncias de esa época en París tapó el asunto. Demasiadas muertes por enfermedad ocultaban los indicios de muertes extrañas a manos de un infanticida.
A las pocas semanas estaba cuidando a Germaine, que sufrió espasmos y convulsiones en dos ocasiones. Superó ambas crisis, pero a la tercera, falleció.
Cuando su nombre era ya considerado un síntoma de mal agüero y los rumores se disparaban, en el mismo día del entierro de la niña surgió una noticia. El hijo de Jeanne que todavía vivía, había muerto esa misma noche, en circunstáncias tan extrañas como el resto. Esta situación evitó que le inculparan, ya que la pena de la niñera era tremenda. La casualidad, y no otra cosa, era la causante de todas las muertes. Por fin, una de las madres cuyos hijos cuidaba, se percató de lo sucedido. Llegó a casa en mitad de una crisis de asfixia de la niña, de sólo diez meses de edad. En el cuello de la criatura, las marcas rojas ya tan habituales. Sólo la intervención de la policía evitó que la mujer fuera linchada allí mismo y fue trasladada a prisión, donde un inspector investigó toda su trayectoria. El 29 de enero de 1906 dio comienzo el juicio, pero inexplicablemente, salió indemne de todos los cargos. Un prestigioso médico de la ciudad, León Thoinot, expuso de manera muy efectiva como todos los niños habían muerto por causas materiales y la pobre Jeanne era víctima de la mala suerte, o es que estaba embrujada (un argumento muy convincente, viniendo de un científico, pero claro, era otra época). Aún así, ya no tenía sitio en París, y tuvo que viajar hasta la campiña francesa Allí, otra vez, se encargó del cuidado de un niño, que apareció muerto. En su cuello, otra vez, las delatoras marcas rojas. En París se supo de la noticia y en los mentideros de la capital no cabía duda alguna: era otro asesinato perpetrado por la niñera. El doctor Thoinet desestimó nuevamente esta hipótesis, alegando que la enfermedad de Auguste, el niño, no había podido ser diagnosticada con éxito por los médicos rurales.
La todavía joven mujer fue contratada entonces, por aquello del destino, en un hogar de acogida para niños en Orgeville. Todo un desafío para la infanticida, desde luego. A las pocas semanas fue sorprendida intentando estrangular a un niño de seis años, pero abandonó el trabajo sin más consecuencias. Se estableció como prostituta en una pensión parisiense, donde mató al hijo de la matrona. En esa ocasión, hasta el doctor Thoinot tuvo que rendirse a la evidencia, aunque mantenía la inocencia de Jeanne en los anteriores asesinatos. No fue condenada, sino que se trasladó hasta el sanatorio mental de Nueva Caledona, donde falleció en 1909, víctima de sus propias manos. Sin que nadie se lo explique, la estranguladora de París acabó con su vida ahogándose ella misma.
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