El 15 enero de 1989, un profesor de escuela elemental de 41 años, Paul Solomon, recibió una llamada al atardecer. El hombre vivía en un lujoso condominio en el condado neoyorquino Westchester junto con su esposa Betty Jeanne, de 40 años, y su hija Kristan, de 14.
Al otro lado de la línea se encontraba Carolyn Warmus, de 25 años, a quien Solomon había conocido en 1987 en una escuela elemental donde laboraban juntos. Pese a la diferencia de edad —o quizá por lo mismo— los dos mentores iniciaron un romance.
La mujer provenía de una familia adinerada de Detroit. Siempre caprichosa y llena de privilegios, su padre le cumplía todos sus deseos, incluso después de que se divorció de la madre de Carolyn y se separó de la familia. Además de ser conocida por andar sólo con hombres casados, muchos de sus conocidos la apodaban La Esquizo, por su ostensible inestabilidad mental.
Después de recibir la llamada, Solomon le dijo a su esposa que iba a jugar boliche, mientras que Kristan decidió quedarse a dormir en casa de una amiga.
Solomon, efectivamente, estuvo un par de horas con sus conocidos. A las 7:15 de la noche, cuando el hombre se despedía de sus amigos, una mujer llamó al 911 gritando “¡Él me está matando!” La operadora preguntó el domicilio y el nombre de la mujer, pero ya no hubo respuesta.
A las 7:45, Solomon y Carolyn se encontraron en un restaurante, de donde salieron a su nidito de amor. Cerca de la medianoche, el hombre llegó a casa. La televisión estaba a todo volumen y su esposa en el piso. Pensó que dormía, pero, cuando intentó despertarla, vio varios rastros de sangre.
El primer sospechoso en el asesinato de Betty Jeanne, baleada en ocho ocasiones, fue Solomon. Sin embargo, el registro del 911 le dio al hombre una coartada irrefutable: al momento de la llamada telefónica, Solomon se despedía de sus amigos del boliche.
Inicialmente, Solomon evitó mencionar el nombre de Carolyn. Pero, cuando las autoridades apretaron el lazo al preguntarle en dónde había estado después del boliche, tuvo que despojarse de su disfraz de esposo modelo. El problema ahora era para la mujer, quien, de acuerdo con los investigadores, tuvo el tiempo suficiente para ir a la casa de los Solomon, asesinar a Betty Jeanne y después asistir a su cita con Paul.
Cuando la policía fue al hogar de Carolyn encontró a una mujer vanidosa, superflua y aniñada. Dijo que no conocía a la esposa de Paul, aunque aceptó ser la amante de éste.
Los detectives no creyeron la versión y acudieron al baúl del tesoro de las evidencias: el registro de las llamadas telefónicas. El rastreo de los números y lugares a los que llama un sospechoso es oro molido para un buen investigador.
Salió a la luz el nombre de un detective privado, quien proporcionó el arma a Carolyn para —ella dijo— su “defensa personal”. Asimismo estaba el registro de un armero, quien fabricó un silenciador para la pistola.
Finalmente apareció una mujer cuya tarjeta de crédito fue robada por Carolyn.
Cuando comenzó el juicio contra Carolyn Warmus, los medios salivaron de placer. En primer lugar se supo que Paul Solomon vendió la historia del asesinato de su esposa y de su amasiato con la presunta homicida a la cadena HBO. Pero fue Carolyn la que cautivó al público al aparecer en la corte como una femme fatale sacada del cine de los años 40. Sus faldas extra cortas, su cabello rubio, sus zapatos de tacón de aguja, sus hermosas piernas largas convirtieron a las audiencias en una especie de pasarela. Por si algo faltara, la mujer soltaba sollozos fingidos, secándose los ojos con el pañuelo y expresando cosas como: “¡Lo hice! Pero alguien me puso una trampa, yo no quería hacerlo.
Tengo tanto miedo de estar sola”
Por varios meses, la vampiresa Carolyn Warmus trajo de cabeza a los medios, sobre todo cuando se demostró que no era en lo absoluto una rubia boba. Planeó y ejecutó el homicidio con sangre fría. Aparte de viajar muchos kilómetros para adquirir munición con una tarjeta de crédito robada, tuvo la tranquilidad de tocar el timbre de la casa de los Solomon, entrar, disparar contra Betty Jeanne, y finalmente fingir que era la víctima la que llamaba al 911 en busca de ayuda.
El jurado no se dejó engatusar por la sirena y el juez John D. Carey rompió los pronósticos de que Carolyn recibiría 15 años de prisión, otorgándole 25.
La mujer enfrentó su sentencia, ahora sí, sola: Solomon estaba ocupado con el drama televisivo de su vida y el padre u otro familiar de ella brillaron por su ausencia.
Aun así, Carolyn Warmus jamás acudió a las audiencias con un solo pelo fuera de lugar.
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