No sabía leer ni escribir, y tampoco había mucha lógica detrás de sus asesinatos. Siempre que alguien la ofendía en una disputa o la acusaba de haber robado algo (tenía fama de cleptómana), inevitablemente esta persona terminaba muerta. Después, se encargaba de cuidar a la víctima en su agonía y lloraba amargamente cuando llegaba su fin, uniéndose a la familia del muerto en los lamentos y rezos como si se tratara de su pariente.
Helene Jegado nació alrededor de 1803 en Bretaña, Francia. Para cuando tenía 7 años, sus dos padres habían muerto. Entonces fue enviada a la casa del pastor local donde dos de sus tías trabajaban como sirvientes y estuvo ahí hasta que cumplió 24 años, que fue cuando comenzó su carrera como envenenadora.
Trabajó como cocinera y doméstica en 12 diferentes ciudades, donde tenía acceso a la comida de la familia a la que servía, y la cual aderezaba con arsénico. Helene al parecer no discriminaba. Mataba hombres, mujeres y niños por igual.
A pesar de la mala reputación que iba dejando a su paso, siempre lograba conseguir empleo. Cuando estuvo trabajando en la ciudad de Guem, envenenó a 7 personas, y a tres más antes de dejar la ciudad, no sin que algunos sospecharan que tenía algo que ver. Cuando un juez la interrogó al respecto, ella dijo que su desgracia era cuidar de los enfermos, y que esa mala suerte la perseguía. Fue exonerada rápidamente.
Se trasladó a la ciudad de Locmine donde trabajó para una familia. Pronto murió la madre y uno de los hijos cayó enfermo. Se dice que le confesó a una de las hijas antes de que la madre muriera) que esperaba que falleciera. “Yo llevo la muerte conmigo”, dijo Helene.
Después entró en un convento, pero fue expulsada pronto, acusada de haber roto las sábanas de todas las camas, pero ella dijo que la habían rechazado porque era demasiado vieja para aprender a leer y escribir.
Su siguiente empleadora, Hippolyte Roussel, le preguntó un día a Helene si ella había tomado el paraguas de otro de los sirvientes, y la mujer cayó enferma con severos vómitos tras comer una sopa que le preparó Helene. Cuando la policía le preguntó acerca del asunto, ella respondió que la mujer hubiera enfermado aún cuando no tomara su sopa, y cuando le preguntaron por qué apenas podía caminar, ella respondió que antes de tomar la sopa tampoco podía hacerlo. Tenía una gran facilidad para escapar de la ley, y poco después de este interrogatorio, la hija más pequeña de la familia Roussel murió y la familia entera cayó enferma. Increíblemente, Helene Jegado siguió trabajando en dicha casa y un tiempo después volvieron a caer enfermos, por lo cual fue finalmente despedida.
De 1841 a 1848 Helene parece haber dejado de envenenar. Ella dijo que había sido tocada por la mano de Dios, y que simplemente había pasado de hoja en el libro de su vida. Sin embargo, aún robaba y bebía.
En 1848 cinco miembros de una familia murieron cuando la acusaron públicamente de haber robado (y bebido) su vino.
Se trasladó a la ciudad de Rennes, donde un niño murió cuando la acusó de robar brandy. Poco después entró a trabajar en una posada llamada “El Fin del Mundo” donde otra de las sirvientes, una joven y bella chica llamada Perrotte Mace, fue envenenada y murió a los pocos días. Helene estaba celosa de ella y, simplemente, se deshizo de su adversaria. Tras las sospechas de que Jegado había tenido algo que ver en la muerte de Mace, fue despedida, pero casi de inmediato la contrató por un profesor universitario llamado Theophile Bidard, quien dijo que Helene era una buena trabajadora pero con un “macabro sentido del humor”. Otra de las sirvientas, Rose, murió y cuando la policía fue a investigar, ella gritó ¡Soy inocente!, lo cual desconcertó a los agentes de la ley ya que aún no la acusaban de nada. Finalmente, la autopsia de tres de las recientes víctimas demostró que habían sido envenenadas con arsénico y a Helene Jegado se le acabó la suerte: Fue condenada a la guillotina y decapitada en 1851.
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