Jamás hubiera pensado el médico obstetra de origen libanés Shauki Naime que vería su nombre en las páginas de sucesos. Hombre de férreos principios, no dudaba en golpear a sus hijos para encarrilarlos. Así lo hizo con Cybell, quien creció entre la disciplina y un consentimiento que rozaba la sobreprotección.
Shauki y Salam (su esposa) eran los pilares de una familia bien posicionada social y económicamente que vivía en el este de Caracas. Tenían grandes planes para su hija menor, quien en 1995, con 18 años cumplidos, finalizaría el bachillerato en un instituto laico. Cybell, una linda muchacha, sería llevada a Líbano, donde se casaría.
Pero era una joven rebelde a quien esperaba un destino mucho más cruel. Su vida dio un brusco giro en los últimos días de noviembre de 1994, cuando, a través de un aviso en la prensa, se encaprichó de un gato de angora. Sin pensarlo dos veces, robó a su padre un cheque en el que, tras falsificar la firma de su progenitor, escribió la cantidad de 20 mil bolívares, el precio del animal. Allí comenzó su particular descenso al infierno.
El cheque de la discordia
Con el cheque en el bolsillo acudió a encontrarse con Tauil Musso, un abogado que se dedicaba al comercio de mascotas. Hecha la transacción, Cybell se llevó a su casa el animal argumentando que se trataba de un obsequio de una amiga, y Musso cambió el cheque por efectivo.
Shauki no estaba exento de la minuciosidad que caracteriza a los profesionales de la medicina; en seguida se dio cuenta de que le faltaba un cheque. Sus sospechas se centraron en su hija.
La muchacha, atemorizada por la furia de su padre, se vio envuelta en una alocada carrera por recuperar el cheque. Como era de esperar, el vendedor del gato se negó a devolverle el dinero. Ella exigió, luego pidió y, por último, suplicó ('mi papá me va a matar'), pero siempre obtuvo de Tauil respuestas negativas. Cybell, temerosa ante un padre con una mano ligera, comenzó a maquinar su venganza.
Y no pudo encontrar mejor fecha para consumarla que un martes 13 (diciembre 1994). Ese día, armada con la pistola de su padre y con el coraje que otorgan la alevosía y la premeditación, se dirigió a una panadería, desde donde, haciéndose pasar por otra mujer, llamó a Tauil para solicitar un perro de raza. Llegó en un taxi a Los Naranjos, urbanización en la que vivía el vendedor.
Allí fue recibida por la madre del abogado, quien le advirtió que su hijo tardaría un rato y, durante la espera, le ofreció un café. Tauil llegó en una Toyota con un amigo. Cybell les dijo que la acompañaran a la entrada de la urbanización, adonde esperaba una tía suya.
Los tres jóvenes subieron al vehículo y, una vez en él, Cybell pidió una vez más el cheque. Aquella fue la última negativa de Tauil. La adolescente disparó en la cabeza a ambos amigos, quienes fallecieron en el acto.
No tardaron mucho los detectives en llegar hasta Cybell, quien se confesó autora del doble crimen. Hábil hasta en la culpabilidad, utilizó los encantos de una pobre adolescente maltratada por su padre para cautivar a la opinión pública. Una rueda de reconocimiento pospuesta por un gran moretón en su cara alimentó el drama.
Sin embargo, la simpatía que pudo causar no escondía su horrible acción. Nadie pidió clemencia para ella y fue a parar al Instituto Nacional de Orientación Femenina (INOF) de Los Teques, a donde llegó con su gato y aún permanece recluida.
Su caso conmocionó a la sociedad venezolana de 1995, no tan acostumbrada como la de hoy a que un móvil tan nimio fuera causa de un hecho tan atroz. Y aún hoy los caraqueños no pueden evitar un escalofrío cuando escuchan el nombre de Cybell Naime Yordi. Y es que aquel fue un crimen que dejó huella.
El ano 2009 hablaban de darle a Cybell libertad condicional por buena conducta, pero no se logro esto.
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