Amelia Elizabeth Dyer nació en el año 1829 en una pequeña aldea cercana a la localidad inglesa de Bristol, en el seno de una familia relativamente acomodada. Su padre era un maestro zapatero con una pequeña fortuna, algo que permitió a Amelia poder acudir a una escuela y obtener cierto grado de formación; algo que en aquella época no era demasiado usual para la hija de una familia no nobiliaria.
Amelia Elizabeth Dyer
Parece ser que incluso llegó a desarrollar una gran afición por la literatura en general, y por la poesía en particular. Su madre contrajo el tifus cuando la joven Amelia contaba con unos diez u once años, lo que la llevó a ser testigo de sus violentos ataques. La niña se vio obligada a cuidar de su madre hasta la juerte de ésta, acaecida en 1844. Dichas atenciones afectaron a Amelie de un modo traumático, y tal vez fuese esto lo que le hizo decantarse por aprender algo de enfermería.
Posteriormente a la muerte de su madre, entró al servicio de un médico que la instruyó brevemente en las nociones básicas. Más tarde entró en contacto con una partera, gracias a quien descubrió que existía una forma de ganarse la vida bastante cómoda; se trataba de alojar a las madres solteras hasta el momento de dar a luz. En la era victoriana estaba muy mal visto que una mujer concibiese sin estar casada, lo que implicó que mucha gente se lucrase atendiendo a esas mujeres en sus casas y posteriormente cuidando de los niños. Amelie fue una de ellas.
En estas “casas de acogida” lo cierto es que morían gran cantidad de criaturas; en numerosas ocasiones se achacaban a la debilidad de los bebés, aunque hoy en día sabemos que los opiáceos con los que los sedaban para que no molestasen fueron la mayor causa de mortandad indirecta. Al estar drogados, los niños no sentían necesidad de comer, lo que los llevaba a la muerte por malnutrición en un breve período.
Sin embargo, la peculiaridad del caso de Amelia fue que por un pago y una cierta cantidad de ropa, les aseguraba a sus “clientas” que se haría cargo del bebé como si fuese suyo, ya que ella y su marido no podían tener descendencia. Aunque no se sabe con exactitud cuando se casó, numerosas investigaciones han concluído que cuando empezó a hacerse cargo de las criaturas ya estaba de hecho separada. Transcurrida una temporada, las autopridades empezaron a sospechar que a esta “cuidadora de bebés” le morían muchos niños, con lo que decidieron investigar si los óbitos se debían a causas naturales o no. Un hombre -cuyo nombre no ha trascendido- llegó a casa de Amelia y le dijo estar muy preocupado puesto que su hija había sido violada y, como médico, se había dado cuenta de que se encontraba en estado. Amelie no dudó en decirle que ella se haría cargo del bebé en cuanto naciese. Sin embargo, aquella historia era falsa. Aquel hombre había sido enviado por las autoridades para que entrase dentro de la casa de la “niñera” y comprobase las condiciones en las que eran mantenidos los niños.
Cuando finalmente terminó la entrevista, el médico fue inmediatamente a comisaría a denunciar que lo que había visto era tremendo: niños a punto de morir de inanición completamente sedados con un producto muy común en aquellas épocas, el “Cordial de Godfrey”, un potente opiáceo.
Amelia fue arrestada y, en vez de ser condenada a prisión o incluso a pena de muerte, finalmente fue condenada a seis meses de trabajos forzados, aparentemente tras la intercesión de su propio padre y de varios compañeros de gremio.
Una vez cumplida la pena, Amelia volvió a su casa e intentó comenzar de nuevo a “cuidar” bebés. Sin embargo, su condena la había cambiado, y cuando volvió a la calle lo hizo abusando del alcohol y del “Cordial de Godfrey”.
En el año 1890 se encontraba cuidando del hijo ilegítimo de una institutriz. Un dia esta fue a ver a su hijo y, cuando lo observó, se dio cuenta de que aquel bebé no presentaba una marca de nacimiento que ella le había visto en su cadera derecha. La institutriz se llevó inmediatamente a aquel niño y, venciendo sus reticencias, denunció el caso a las autoridades. Cuando la policía llegó a casa de Amelia, ésta fingió sentirse mal y al entrar en el lavabo, se bebió dos botellas de láudano en un claro intento de suicidio. Sin embargo, su alcoholismo le había brindado cierta resistencia física, lo que contribuyó a un pronto restablecimiento. La condenaron a dos años de internamiento en una institución mental.
Una vez fuera, retomó sus actividades junto a una mujer que había conocido en el centro de internamiento, Jane Smith. Nuevamente, comenzaron a recaer sobre ella sospechas, con lo que realizó mudanzas de domicilio y ciudad con una alta frecuencia para despistar.
En el año 1896, se encontraba en Reading, de nuevo en una “casa de acogida” junto a su socia, a la hija y al yerno de ésta . Al mismo tiempo, una joven y popular camarera había dado a luz un niño ilegítimo. Apesadumbrada, Evelina Marmon -así se llamaba la camarera- puso un anuncio en varios periódicos buscando una familia de acogida. Cuando compró a la tarde siguiente el periódico para ver si su anuncio había sido publicado, se topó con que justo al lado había otro que rezaba:
Pareja casada sin descendencia adoptaría niño sano, para darle un agradable trato. 10 £
Respondió al anuncio y concertó una cita con la mujer que ofrecía la casa; se trataba de la hija de Jane Smith. Tras hablar durante unas horas, Evelina se convenció de que eran una buena familia para su pequeña Doris, con lo que se la entregó junto con una caja de ropa para la pequeña y las diez libras para ayudar en su manutención.
A los pocos días recibió una carta en la que se le decía que la niña estaba estupendamente. Ella respondió entusiasmada, feliz de que su pequeña tuviese una familia, e intentando concertar otra cita para ver su evolución. No recibió respuesta. Y tampoco volvió a ver a la niña.
En lugar de volver a la casa de Reading, Jane llevó a la niña a Londres, donde Amelia la esperaba. Una vez con la niña en su poder, Amelia le hizo dos heridas en el cuello y le ató una cinta de costura al cuello, aunque no muy fuerte; esto debió causar una lenta agonía. Al día siguiente, Amelia llegó con otro niño y, al no encontrar mós cinta, desató la que había en torno al pequeño cadáver de Doris y procedió del mimo modo que el dia anterior. Una vez que el pequeño también falleció, los metió en una bolsa de lona junto a unos ladrillos y los arrojó al Támesis.
El 30 de Marzo de 1896, un barquero encontró un bulto en el Río Támesis; en dicho paquete se encontraba un cadáver que fue identificado como el de Helena Fry, una niña que habían dejado al cuidado de una tal “Señora Thomas”. La policía acudió inmediatamente al domicilio de ésta y descunrieron que en realidad la sra. Thomas no existía: se trataba de Amelia Dyer. En la inspección de la casa notaron un fortísimo olor a descomposición, si bien no se encontró ningún resto humano. Sin embargo, sí se encontraron papeletas de empeño, trozos de conta con restos de sangre y numerosos telegramas acordando adopciones. Incluso encontraron un contrarto de arrendamiento de una casa: Amelia estaba apunto de judarse a Somerset.
Amelia fue arrestada y acusada de asesinato.
Mientras esperaba el juicio, los investigadores comenzaron a dragar el Támesis, encontrando otros seis cuerpos de niños en tan sólo dos días.
El 22 de Mayo Amelia se confesó culpable del asesinato de Doris Marmon. Cuando sus allegados empezaron a testificar, las autoridades se dieron cuenta de que Amelia no había sido descubierta en numerosas ocasiones debido a cuestones de azar simplemente. En las tres semanas que permaneció esperando el veredicto, escribió una estremecedora declaración de culpabilidad que ocupó cinco cuadernillos. Cuando el dia anterior al fin del juicio un alguacil le preguntó si quería confesar algo, ella le entregó los cuadernillos y le preguntó a su vez:
¿Acaso esto no le parece suficiente?
El jurado tardó cuatro minutos escasos en encontrarla culpable y sentenciarla a muerte. Amelia Elizabeth Dyer fue ahorcada en la cárcel de Newgate el miércoles 10 de Junio de 1896.
Según las estimaciones oficiales, sus crímenes totales estarían en un mínimo de 247 y un máximo de 400, superando incluso a la condesa Erzsébet Bathory
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