El mundo de las supersticiones es responsable de muchos de los terribles actos que suelen ir apareciendo por esta sección. Las creencias en hechizos, magias y diferentes brujerías pueden llevar a personas de mente débil y transtornada a perpetrar actos de toda ralea.
Y eso es lo que ocurrió, durante el mes de octubre del 1924 en la población alicantina de San Vicente del Raspeig.
La víctima, para hacer todavía más trágico el suceso, fue una niña de sólo siete años de edad, una niña que tuvo que sufrir terriblemente en manos de dos presuntas brujas que, según las investigaciones de la época, pretendían “sanar” a un inválido con el sacrificio de la desafortunada niña.
Todo aconteció, según los periódicos que se publicaron en esos días, el 7 de octubre de ese año.
Carmen Mendivil, de siete años, se vistió y acicaló para ir al colegio y salió de la tienda de comestibles que tenía su madre, viuda desde hacía unos años, en la calle Salamanca, a sólo unos metros del centro escolar.
Al parecer, vestía con la bata escolar y nada auguraba que nada malo iba a suceder.
Hasta las cinco de la tarde, nadie sospechó que algo raro sucedía, pero a partir de esa hora, la desaparición de la joven comenzó a despertar la inquietud entre los vecinos.
La mañana del día 8, la Guardia Civil ya tenía declaraciones de varias personas que la habían visto cruzar de la Calle Mayor, donde estaba el Colegio, hasta la calle del Pozo. Comenzaron a revisar, casa tras casa y pozo tras pozo, en busca de la infortunada. De repente, un aviso.
Andrés Huesca, “El Barbudo”, avisa a las autoridades de que en su pozo hay alguna cosa flotando. Desgraciadamente, se confirman las sospechas y se saca el cuerpo sin vida de Carmen.
No pasaron más que unas horas hasta que se procedió a las primeras detenciones. Cinco personas fueron conducidas hasta el cuartel, acusadas de ser responsables de la muerte de la pequeña.
la historia que se sacó de sus confesiones, puso la carne de gallina de todos los que pudieron escucharla.
Francisca Jover Ferrándiz, sobre la que cayó la principal responsabilidad, se declaró inocente. Todo había sido a causa de una riña con un sobrino, y pretendían inculparle para hacerle caer en desgracia. Pero fue la declaración de Benita Carbonell Huesca, una mujer que trabajaba para Francisca y su marido, la que dio luz a todo el asunto.
Benita no estaba limpia de delitos, ya que había sido acusada de tirar a un niño a una acequia y recluida en un psiquiátrico.
Ella declaró que Francisca, que era considerada como bruja en la vecina Monóvar, además de mala persona y avara sin límites. Su marido, Bartolomé, estaba parapléjico, y no podía moverse de su sillón. Necesitaba, según Francisca, de poderosos conjuros para recuperar su “hombría” y volver a ser un hombre.
Así que, con la ayuda de Benita, atrajo a la pequeña Carmen con una sonrisa y dos peladillas.
La invitó a entrar en casa, con la excusa de enseñarle unos conejitos blancos que criaba en el patio. Una vez allí, ambas mujeres inmovilizaron a la pequeña y la despojaron de la ropa. Después, la llevaron ante Bartolomé, el parapléjico.
Este, según declaraciones y averiguaciones posteriores a los hechos, tuvo una erección, que es lo que las mujeres pretendían.
Y es que todo se resumía en una macabra ceremonia. Para poder recuperar la virilidad, el hombre debía tener “ayuntamiento carnal con una niña”, además de ingerir su sangre para recuperar el vigor.
Con tales intenciones se produjo todo el crimen, y finalmente, se llevo a cabo. Las mujeres situaron a la niña sobre el hombre, que consumo de esta manera la violación. Después, con la niña desmayada a causa de la terrible agresión, la envolvieron en un delantal y la lanzaron al pozo, todavía viva.
Benita dijo que simplemente obedeció a la señora, quien la amenazó con matarla si decía algo de lo sucedido, mientras que la otra aseguraba una y otra vez que no tenía nada que ver y que todo era un montaje de su sobrino, para desacreditarla delante de todo el pueblo.
Los otros dos detenidos, “El Barbudo” y su compañero de vivienda, el mudo Juan Beviá Barberá, fueron puestos en libertad sin cargos, y el resto fue conducido a prisión.
Francisca murió el 6 de noviembre en ella, mientras que Bartolomé se abandonó en la cárcel y el 21 de octubre tuvo que ser trasladado al hospital, donde murió un poco después que su mujer, el 19 de noviembre.
Benita, por su parte, fue condenada a pena de cárcel y reclusión atendida, ya que se entendía que actuó sugestionada por su ama y se le diagnosticó “abulia”, es decir, actuar reprimida y amedrentada por la señora.
No todo quedó claro en la resolución, ya que en algunos medios de la época se habló de una investigación lenta y ralentizada, y al no quedar cerrada la investigación, se produjeron cambios en la historia y se crearon leyendas, como la de la “niña del pozo”, que continúa en vigor, y que recoge el escritor Pedro Amorós, curiosamente, natural de San Vicente, en su libro “Guía de la España Misteriosa”
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