El 1 de julio de 1951 Licia Guarnieri fue a buscar a sus mellizos de cuatro años, Walter y Armando, al colegio de Sarriá, los metió en un taxi. Ya en Las Ramblas, buscó un hotel, el Cuatro Naciones, se encerró en su cuarto y estranguló a los pequeños, los metió en la bañera, los vistió con sus mejores ropas y los abandonó, muertos, sobre la cama.
Muchos años más tarde, también en Cataluña, una súbdita inglesa, que supuestamente era pareja de un presunto pederasta, buscó un hotel en Lloret de Mar, se instaló con sus hijos: una niña de cinco años y un bebé de once meses, en una habitación, los asfixió con una bolsa de plástico y dio la voz de alarma.
Licia era una suiza decoradora en seda y la inglesa, Lianne Smith, un ama de casa temerosa de que le quitaran sus hijos, puesto que habían detenido a su pareja. En los dos casos, las damas asustadas se desprendieron de la pesada carga de cuidar a sus retoños con el pensamiento de que, si no se desprendían de ellos, tendrían que sufrir por su ausencia. La Guarnieri estranguló a sus hijos con unas medias de cristal, y los sumergió en la bañera para estar segura de que habían muerto.
Personalmente, sostengo que la gente que mata niños no tiene por qué estar loca. A lo peor matan por venganza, por hacer sufrir a su ex pareja o por lo que dicen los psiquiatras que es un suicidio ampliado: es decir, que acaban con sus vidas para no dejarlos en el mundo cruel sin sus madres que los adoran. Y, aunque parezca mentira, estar dos damas, la suiza y la inglesa, estoy seguro de que amaban a sus hijos.
Entonces, ¿por qué los mataron? Porque sufrieron un trastorno mental, transitorio o no, con resultado psicótico seguro, que las convirtió en el peor enemigo de la vida y la felicidad. Mataron a sus hijos para hacerse daño a sí mismas.
Licia estaba casada con un español que supo perdonarla después de aquel asesinato; permaneció junto a ella, veló por su salud y la cuidó, en un acto de amor que nadie podría suponer después de lo ocurrido.
En el caso de la inglesa, asunto reciente, descubierto el 21 de mayo, pensó que, luego de que desapareciera el hombre de su vida, al que había soportado con las sospechas y las persecuciones, estaba buscado por la policía de medio mundo, era posible que le quitaran a sus niños, y antes de que eso ocurriera estaba dispuesta a quitarles la vida. Cuando unas madres apasionadas, entregadas, amorosas, pero amenazadoras, dan un paso adelante, siempre queda el tufo de un cierto fracaso de los servicios sociales.
En España, siglo XXI, si un recién nacido es encontrado muerto en la basura, la responsabilidad es en parte de los servicios sociales, que no son capaces de transmitir que pueden hacerse cargo de los niños, cuidarlos, procurarles la paz social y, si hace falta, hasta unos padres nuevos. Las parejas que conciben hijos y no pueden ocuparse de ellos estarían dispuestas a entregarlos en determinadas condiciones. Y dado que hay muchas familias que adoptarían niños, incluso de cuatro años y más, el secreto es mantenerlos vivos. ¿Y cómo se logra eso? Dando tranquilidad a las madres.
Que llamen al número de ayuda antes de encerrarse en el hotel, antes de tirar de narcóticos, antes de sacar las medias de cristal o la bolsa que asfixia. Los niños pueden encontrar una solución, las madres pueden ser atendidas.
Hay vida después de las broncas con el marido, de la depresión, de la persecución de un marido pederasta, de una depresión obsesiva.
Licia Guarnieri fue una adelantada como parricida incontrolada, pero de ella nadie aprendió nada. Tal vez ahora alguien tome nota: si se captura a un cabeza de familia ladrón o algo peor, habrá que velar por cómo queda su progenie.
Y los niños pequeños deben ser protegidos. En la España del siglo XXI, si una chica se encuentra embarazada debería poder elegir su futuro, lejos del miedo a la paranoia y la persecución permanente de un ideal de descanso y libertad.
Las madres no pueden reaccionar como cuando estaba prohibido quedarse encinta sin estar casada, como cuando se abandonaba a los niños en el torno de un convento. Ahora todo puede arreglarse entre gente civilizada, preocupada por el futuro de los hijos y del padre. A ver, ya están haciendo publicidad: señora, no se mate; no merece la pena.
Al chico lo pone derecho el ayuntamiento, servidor de usted y de la historia. Ni un niño más sin madre; ni una madre más sin escrúpulos.
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